Estaba escrito que literalmente me ganaría el privilegio de ver mi primer Mundial en vivo, en México/70, en un partido estúpido. Era el mes de abril, el nombre de la editorial para la que trabajaba en ese momento, en Veja, como asistente de edición. Y se había establecido que el semanario enviaría al Altiplano cinco profesionales, cuatro en el texto y uno en las imágenes. Luego, una semana, la falta de patrocinador obligó a la revista a definirse como dos periodistas. Por supuesto, uno sería Tim Teixeira, el editor de “Esporte”. Y para la segunda ola, Mino Carta, redactor jefe de Veja, optó por una disputa entre Armando Salem, mi amigo hasta hoy, y yo. En un apretado mejor de tres, gané.
Apenas conocía la capital, Ciudad de México. Desde el propio aeropuerto, en dos vehículos alquilados, un equipo conjunto se dirigió a Guanajuato, a casi 350 kilómetros de distancia. Reliquia precolombina, con sus 32,000 habitantes, asentada en los cerros del “Cerro de Las Ranas”, el “Cume de las Ranas”, Guanajuato se deposita a 3,180 metros sobre el nivel del mar. La Comisión Técnica de la selección de Brasil lo había adoptado, como base de formación, precisamente para facilitar la adaptación de los jugadores a la nada del país. Hoy se sabe que, en efecto, la selección fue abandonada físicamente en el Mundial del ’70. Por cierto, cuando llegué a Guanajuato, el equipo del técnico Mário Zagallo, dos veces jugador en el 58 y el 61, ya llevaba dos semanas de aclimatación espectacular. Y mis compañeros y yo sufriríamos hasta acostumbrarnos a la falta de oxígeno y humedad en el aire. Nuestras fosas nasales sangraban de la nada, y subir escaleras y tramos internos causaba mareos incómodos.
Otras veces, otro calendario, por el fútbol y por los medios, me instalé durante casi un mes en ese lugar tan seco que la ropa lavada se deshidrata en un par de horas y uno de los atractivos es el Museo de las Momias, con cientos de cuerpos en lo salvaje preservado, incluso sin entierro. Quizás, a lo largo de sus carreras, los jugadores brasileños no han disfrutado de una forma tan exuberante como durante su paso por Guanajuato. Ciertamente, sin embargo, las contrapartes inconvenientes también se han multiplicado. Pequeño pueblo famoso por la excelente calidad de su antigua universidad, Guanajuato estaba de paso por las vacaciones escolares. No había entretenimiento, no había restaurantes. La embajada de Brasil incluso organizó un espectáculo de Bossa Nova en el único teatro accesible. A los jugadores solo les quedaban los paseos por las calles subterráneas que se enredaban en los lechos de centenarios ríos extintos. Paseos muy oscuros…
Ubicado en el Castillo de Santa Cecília, un hotel gigante que ocupa una fortificación que data de 1686 y que fácilmente habría sido escenario de una película de terror y vampiros, los reporteros tenían una rutina monótona. Desayuno “queso e melone medio”. El almuerzo “queso e melone medio”. Cena “Queso e melone medio”. Sí, porque la sopa de pollo, el estofado de pollo, el pollo asado, el pollo, etc. rápidamente resultaron desagradables. El viejo Aymoré Moreira, bicampeón mundial de Brasil en 1962, que formaba parte de nuestro equipo como comentarista, descubrió un pub que ofrecía valiosas hamburguesas. Compramos en racimos. Durante el descanso de la mañana, nos dirigimos a la “ventanilla” de la selección, ubicada en el más bucólico Parador San Javier. Por la tarde asistimos a los ejercicios con balón. En la “ventanilla” y por la tarde recogimos la información y tomamos las fotografías. Para “Veja”, que había rechazado al especialista, le expliqué mis roles.
Transmitimos los escritos, vía teleimpresora, en un dispositivo colocado, por orden de Abril, en un departamento de su equipo en Castillo: además de la pareja de “Veja”, media docena de compañeros de “Placar”. Escribir en un teleimpresor arruina tus dedos. Y me obligué a envolver mis uñas en tiras de cinta adhesiva, estilo voleibol. Para las películas con fotos hemos formado un pool. Metíamos los rollos en una bolsa y, todos los días, uno de los integrantes del equipo tomaba la dirección de un vehículo hidráulico y conducía 65 kilómetros hasta la ciudad de León, donde había una agencia aérea con la que Abril tenía un trato. Como contrabando, en la valija metíamos cartas, postales, nuestras o de los jugadores, cuya distribución, en São Paulo, fue el difunto Ulysses “Uru” Alves de Souza.
Así es. En aquellos días sin Internet, “redes sociales” o cámaras electrónicas, no era fácil cubrir un Mundial. Una misión que también ha dado lugar a limitaciones. Además de la credencial oficial de la FIFA, para acceder a la “ventana” de San Javier, la delegación brasileña requería una identificación adicional, controlada por una tropa de seguridad al mando del mayor Roberto Ipiranga dos Guaranys, exparacaidista que ya había participado en un plan malicioso destinado volar el Gasómetro, más otros lugares de Río y, ante el terror que se extendería desde allí, tal vez eliminar a innumerables personalidades de la oposición a la dictadura del general Emílio Medici. El país atravesaba un período de represión implacable. Peor aún, en esos días se produjo el secuestro, en Río, de Ludwig Von Holleben, el embajador alemán. Muy amable en el trato, siempre sonriente, Guaranys no escatimó en su destructivo apretón de manos.
Todavía era una misión que podría conducir a peligros de origen inusual. Comprometida con la gran promoción del lanzamiento de “Placar”, Abril había pegado en la portada del primer número una especie de moneda con la efigie de Pelé. Otro tardío, Cláudio de Souza, al frente de la editorial, entregó a cada uno de sus reporteros de aquel Mundial una bolsa llena de esas joyas que regalaríamos a cualquiera que se lo pidiera. Castillo tenía una discoteca donde una pequeña banda disfrutaba más que cantar. Una noche, la víspera del traspaso, con la selección, en Guadalajara, cerramos el millonésimo campeonato de hoyos y unos doce, entre la opción de una cama o una telenovela en la tv en el salón, optamos por visitar la discoteca. Otros extraviados se reunieron alrededor de las latas de cerveza. En una mesa redonda, tres hombres malhumorados y seis mujeres ruidosas bebían tequila. ¿En Guanajuato?
Un camarero nos avisó. Tengamos cuidado, los hombres venían de Irapuato y se sabía que eran violentos. Del grupo, solo una de las mujeres vivía en la región, era dueña del único burdel alrededor de Guanajuato. Sin embargo, hemos olvidado el caso. Hasta que, en un santiamén, un compañero cuyas facciones, vamos, sugirió Pelé, apareció en la discoteca y el dueño de la cita gritó: “¡Era él! ¡Era él! “Inmediatamente, los tres hombres también se pusieron de pie, pistolas en mano. El colega, intuitivamente, rápidamente previó lo que sucedería y murmuró en retirada mientras los hombres disparaban a las armas. En un reflejo colectivo, todos saltamos al suelo y debajo de las mesas, y el terror general e ilimitado duraría diez oscuros minutos.
Increíblemente, los únicos dos patrulleros solitarios en Guanajuato finalmente emergieron en la noche y detuvieron a los violentos. Y el misterio del motivo de la intervención se deshizo cuando el colega reapareció en busca de los indispensables sorbos relajantes. Dijo que había encontrado, olvidada en un rincón, una bolsa con las monedas de Pele y que, por supuesto, pensaba devolverla. Sin embargo, una noche antes, al pasar frente al lupanar y ver la luz encendida, decidió pavonearse. Inventó que era el hermano de Pele, probó los atributos de la dama y pagó audazmente por ella con el contenido de esa bolsa.
Mientras unos se reían de la supuesta malicia y otros, la mayoría, se enfurecían por el riesgo que les había ofrecido tontamente su colega, el comisario de policía se acercó a Castillo para comprobar si había heridos. El resto del truco está explicado. Al darse cuenta de que la suerte de llenar la bolsa era falsa y no valía ni su peso, la señora pidió ayuda a los hombres de Irapuato, por lo menos porteros. Y así los tres se dirigieron a Guanajuato con la intención de asustar al ladrón. También acabaron aterrorizando a unas treinta o cuarenta personas distraídas. Afortunadamente, a la tarde siguiente, el equipo de Abril se mudaría a Guadalajara, y al verdadero Mundial.
PD: Este texto representa el esbozo de otro capítulo de mi intento de escribir mi autobiografía; al menos, una selección de historias que he vivido y/o presenciado. En el próximo hablaré de los días con la selección ya en Guadalajara. Y, hasta agotar el tema “Mundial”, publicaré, aquí en mi espacio en R7, los textos de las demás polémicas de 1970 a 2018. Algunas que también he tratado in situ: además de la 70, 1990 y 1994.
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