Inarritú cero y medio | Crítica

Desde lo alto del pedestal en el que le ha situado el éxito acumulado en los últimos años (dos Oscar a la mejor dirección, ¡nunca olvides!🇧🇷 Alejandro González Inarritú sufrir. Sufre de una sensación de impostura y un sentimiento de éxito inmerecido (no digas…), sufre el abandono de su México natal, cambiado por la tierra de los “gringos” más al norte, teme que sus compatriotas lo vean como venderse a sus vecinos y rivales norteamericanos, o incluso si les duele asegurar una buena salud financiera a expensas de filmar la miseria de otras personas (como en Amor de perro o en Babel🇧🇷 Aún sufre toda una serie de angustias contiguas y más personales, y a partir de ahí decidió exponerlas todas en una película totalmente ensimismada, que es esta Bardo, falsa crónica de pocas verdades — aunque interpuesto por el personaje de un periodista mexicano que ha hecho “documentales” (nunca se llaman “películas”, siempre dicen “documentales”, quién sabe por qué), que hace de doble de acción de Iñarritu y es interpretado por el español -El mexicano Daniel Giménez Cacho (suele ser un excelente actor, aquí reducido a un maniquí andante que anda con melena y barba de tres días para que en él se vea la silueta de Iñarritú, siempre con la expresión de quien necesita urgentemente un Kompensan, porque no puede escapar a nadie que este hombre sufre).

Tercero Antunez

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