Cecilia, una venezolana de 25 años, también encontró el amor en Tijuana. Sus sacerdotes, mis alcaldes, estaban muy preocupados por la seguridad de su estudiante universitaria, e hicieron arreglos para que ella llegara a Tijuana, donde vive su madre.
Cecilia voló de Caracas a Miami y de Miami a San Diego, donde cruzó la frontera hacia Tijuana.
“Elegí México porque había venido antes y estudiado cómo continuar mi educación, era una prioridad para mí”, dijo.
Estudié la Licenciatura en Ciencias de la Computación en la Universidad Autónoma de Baja California (UABC) con el apoyo de una beca DAFI, otorgada por ACNUR y financiada por Alemania. Recién graduado, ahora trabaja en una empresa de tecnología.
“Seis horas de trabajo todos los días y el salario es bueno”, afirmó.
Cecilia está en proceso de naturalización y, al igual que José, intenta volver a vivir con sus padres, quienes están orgullosos de ella.
Desde 2019, tres refugiados se han naturalizado en Baja California, 35 están esperando su carta de naturalización y 41 reciben asistencia de ACNUR para presentar su solicitud.
Dagmara Mejía, jefa de la oficina de ACNUR en Baja California, aseguró que si un gran número de personas llegaban a Tijuana tenían la intención de llegar a EE.UU. UU., muchos necesitan protección internacional y optan por buscar asilo en México.
“Es importante seguir brindando información sobre el derecho a solicitar asilo en México, incluso en la frontera norte. Historias como la de José o Cecilia reafirman que Tijuana y México son un destino para refugiados. Seguiremos trabajando para que la gente pueda acceder a la COMAR y tener opciones de integración”, comentó.
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