En los últimos 40 años, la renta per cápita brasileña creció a una tasa real anual media del 0,7%, según datos del Ibre/FGV. A este ritmo, Brasil tardaría alrededor de un siglo en alcanzar el nivel actual de ingresos per cápita de Portugal.
Un estancamiento de esta magnitud solo puede explicarse por el populismo y los gigantescos errores de política económica que han marcado principalmente a los gobiernos más cercanos a los extremos ideológicos, de derecha e izquierda.
La dictadura militar, tras el fuerte crecimiento inducido por el proteccionismo y las gigantescas obras públicas financiadas con capital externo, ha dejado el verdadero legado maldito: la hiperinflación y la crisis de las cuentas externas. El difunto profesor Mário Henrique Simonsen dijo que “la inflación paraliza, pero el tipo de cambio mata”. Bueno, los militares dejaron esos dos legados cuando dejaron el poder en 1985.
José Sarney, el primer presidente civil posdictadura, no contaba con un diagnóstico correcto de los complejos problemas heredados, ni con el respaldo político para enfrentarlos de manera efectiva.
Luego de controlar la inflación a través del Plano Real en 1994, los ocho años de gobierno de la FHC (1995-2002) se caracterizaron por una vasta serie de reformas estructurales, a pesar de la sucesión de crisis externas que tuvo que enfrentar: México (1994-1995), Tigres asiáticos (1997) e incumplimiento de la deuda rusa (1998).
En los 13 años de gobierno del PT, la política económica ha sido conducida desde la perspectiva del nacionalismo-desarrollo, es decir, cierre de la economía, generosos subsidios, liderazgo estatal y expansión del gasto público sin evaluar los costos y beneficios de las políticas financiadas. Los ingresos del boom de las materias primas en los dos mandatos de Lula nublaron la visión de las enormes distorsiones que se estaban creando.
El empeoramiento de las relaciones comerciales, con la caída de los precios de las materias primas, fue suficiente para que la crisis económica se manifestara con fuerza al final del primer mandato de Dilma Rousseff.
El breve y problemático mandato de Michel Temer logró avances significativos, con algunas reformas microeconómicas y medidas para contener el deterioro fiscal.
Bolsonaro, elegido con casi 58 millones de votos, no se ha comprometido a continuar con el programa de reformas iniciado por su predecesor. La reforma previsional, cuyo plan estaba maduro desde hacía años, se dio gracias al esfuerzo del Legislador y no del gobierno. Paulo Guedes, entre otros malentendidos, enterró los buenos PEC 45 y 110/2019, pues nunca entendió los significativos impactos positivos sobre el crecimiento potencial de la reforma extensiva de la tributación al consumo establecida en estas propuestas.
La falta de preparación y el radicalismo de Bolsonaro empañaron la reputación internacional del país, aumentaron la desigualdad y la pobreza, empeoraron la educación y la salud, y dificultaron la tarea de superar el estancamiento.
* Economista y Gerente General de MCM Consultores, fue consultor del Banco Mundial, Subsecretario del Tesoro Nacional y titular del Consejo Asesor Económico del Ministerio de Hacienda
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