La diplomacia de tercer mandato, por el momento, reacciona más a las circunstancias globales que a proponer alternativas
Amorim sigue siendo el formulador. Vieira debe demostrar a qué vino – Imagen: Márcio Batista/MRE
Si comparamos los primeros cien días de política exterior del nuevo gobierno con la diplomacia de la administración de Bolsonaro, el contraste es marcado. La alucinante gestión de Ernesto Araújo y el blando comportamiento reaccionario de Carlos Alberto França han salido de escena. A esto se suma la exuberante diplomacia presidencial ejercida por el presidente Lula, desde antes de su investidura. Ante esta situación, se puede decir sin exagerar que “Brasil ha vuelto”, como repiten los partidarios del gobierno. Sin embargo, ambigüedades en la conducción de las relaciones exteriores ponen en duda la existencia de un proyecto definido en la zona.
Si tomamos como base las pautas emitidas por el boleto ganador antes de la elección o la toma de posesión, notaremos la ausencia de un plan de vuelo más allá de la recuperación de las líneas de hace dos décadas. Examinando el programa de campaña o el informe final de la oficina de transición del gobierno, dado a conocer a fines de diciembre, se arroja poca luz sobre cómo abordar problemas concretos, al tiempo que se enfatiza el fin del aislamiento internacional y la defensa del multilateralismo.
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