El revuelo que comienza a sentirse por la llegada de los huesos de Eça de Queirós al Panteón Nacional es insoportable. En 1989, los restos fueron trasladados, a petición de la familia, del cementerio de Alto de S. João a Tormes, donde se encuentra la famosa casa de La ciudad y la montaña. Ahora, a petición de parte de la familia y de la fundación que lleva su nombre, la Asamblea de la República, el Gobierno y el Presidente de la República pretenden llevar los huesos a Lisboa. Si hay consenso político, no corresponde a la voluntad nacional. Y ya hay fecha fijada para la ceremonia: el 27 de septiembre. Todo decidido por la comisión de preceptos, que incluye a descendientes, políticos y, por supuesto, algunos alfabetizados como moscas, siempre dispuestos a engancharse a este tipo de fuegos artificiales.
No me interesa enumerar las posiciones que plantea una traducción de huesos, ni comentaré la fundamentada ceremonia de colocación de los huesos de Eça u otros que ya están allí en el Panteón Nacional. En este sentido, si insisten tanto, yo seguiría un camino intermedio, es decir, poner una placa en el monumento de Lisboa, en un gesto simbólico de rechazo a la centralización, y dejar en paz la tumba de Eça en Tormes. Si la moda se pusiera de moda, ¿cuántas comisiones más habría que crear? Por ejemplo, trasladar a Oporto a Camilo, que descansa en el Cemitério de Nossa Senhora da Lapa. Por cierto, ¿la Irmandade de Nossa Senhora da Lapa aceptaría llevar a Camilo a la capital?
Con tal afán, supongo que ya se están creando otras comisiones, por decreto y con competencia propia, para amontonar -tanto en los Jerónimos como en el Panteón- los restos de escritores y poetas. Sería injusto, en este sentido, dejarlo todo a conveniencias familiares y circunstancias fortuitas. Quizás el Ministerio de Cultura también podría crear una comisión que regule todas las comisiones encargadas de traer a la capital a Sá de Miranda, António Ferreira, Severim de Faria, Diogo Barbosa de Machado, Frei Manuel do Cenáculo, Bocage, Padre Lagosta, Cesariny, Herberto. Helder y muchos otros que deberían quedar inmortalizados con sus obras literarias. Si es así, la procesión de comisiones no tiene fin, más allá de la comisión de todas las comisiones. Sólo, quizás, un ministerio, que se convertiría en el de Memoria y Comisiones, podría ocuparse del traslado de los huesos de nuestros héroes.
Los dos gobiernos del PS, con sus políticas culturales dignas y detalladas, han demostrado una aptitud natural para el trabajo que les espera. Aunque se olvide y trate de atravesar las gotas de lluvia, la Comisión para la Conmemoración del Viaje de Fernão de Magalhães, con un presupuesto considerable, ha hecho un trabajo admirable. Tan sorprendente que, a razón de más de un millón de euros al año, ni siquiera se sabe lo que ya ha hecho esta estructura de misión… ¿Cuándo se botaron los barcos y qué instrumentos náuticos trajeron consigo?
El lema de fuegos artificiales y festejos dado por tan excelente Comisión fue adoptado por la Comisión de Conmemoración del 25 de Abril. Hasta ahora hubo una primera exposición, casi clandestina, en la Facultad de Ciencias, sobre el movimiento estudiantil, pero que acabó teniendo derecho a un buen catálogo. También hubo una exposición sobre Amílcar Cabral, quien ya no tenía derecho al mismo medio. Y Tinta-da-China publicó algunas traducciones de libros extranjeros relacionados con la Revolución de Abril. ¿Pero será esto suficiente? ¿No sería preferible el trabajo admirablemente silencioso, casi clandestino, de la Comisión Fernão de Magalhães?
En el medio, es importante no olvidar, se creó otra comisión o estructura de misión para gastar más de un millón de euros. Me refiero a la representación de Portugal en la Feria del Libro de Guadalajara. Un evento de poca o nula repercusión, una broma, donde amigos y miembros del gobierno disfrutaron de marchas en México. Todo por el bien de la literatura, la propaganda y el buen nombre de Portugal. Todo ello incluso a costa de un presupuesto que no se estira y deja a las instituciones hambrientas.
Los ciudadanos comunes –que tienen derecho a comentar sobre lo que está sucediendo en términos de fuegos artificiales, celebraciones, comisiones conmemorativas y políticas judiciales y de circunstancias– están interesados en saber qué se está gastando y organizando en términos de conservación y estudio del patrimonio, incluida la bibliografía. así como la promoción de las artes. Por ejemplo, ¿qué tipo de conservadores, bibliotecarios, encuadernadores, restauradores y archiveros componen nuestros museos, bibliotecas y archivos? ¿Qué salario ganan? ¿Qué perspectivas tienen de una vida digna? La responsabilidad que debe mostrar una comunidad respecto de lo que transmitirá a las nuevas generaciones no es compatible con una política de cohetes.
Por tanto, es comprensible que, el 12 de abril de este año, el Presidente de la República, con motivo de la toma de posesión de los nuevos órganos de gobierno de la Confederação Empresarial de Portugal, anunciara el citado traslado de los huesos de Eça al Panteón. Su provocación fue más que evidente: frente a una asamblea de empresarios, con intereses culturales muy limitados, Marcelo Rebelo de Sousa les lanzó el desafío que representa la literatura y uno de los mayores exponentes de las letras nacionales. A los intereses materiales promovidos por tal organización, contrastaba la elevación de las letras y los valores espirituales. Se ha creado el efecto antinomia.
¿Pero no sería mejor reflexionar sobre otras geometrías más pertinentes? Me centro en dos: por un lado, la necesidad de no centralizarlo todo en Lisboa y, aunque sea simbólicamente, dejar los huesos de Eça en la paz de Tormes; por el otro, poniendo fin a los fuegos artificiales, a los discursos, a las escenificaciones de ceremonias del Panteón con bandas u orquestas, así como a los rituales estatales que sólo sirven para compensar la mala conciencia y la ausencia de una política cultural, un desperdicio de significa esa distancia de defensa de las instituciones patrimoniales.
Criticar la vacuidad de la política cultural de los cohetes es un acto grave. Pero ya se prevé el ridículo de la ceremonia prevista para finales de este mes y que incluso podría cancelarse. Me imagino la solemnidad del acto, las ropas oscuras, las cejas alzadas, la disposición de las voces, la precedencia entre militares y eclesiásticos, los servicios especializados y los realizados con prisa, las lecturas de la obra de Eça realizadas el día anterior, bajo presión.
También imagino que la persona que estará presente, procedente directamente de Alemania, será el Dr. Topsius. Alfredo Campos Matos y João Medina conocían bien a esta luminaria, médico de la Universidad de Bonn, miembro del Instituto Imperial de Excavaciones Históricas, compañero de viaje de Teodorico en Tierra Santa.
Nadie mejor que él podría haber guiado científicamente a Raposão por aquellos lares. Pero recordemos que no faltaron los desencuentros entre estos dos compañeros de viaje. Así fue en el caso del registro del hotel, cuando Topsius escribió bajo la firma, “en letras tensas y disciplinadas como galuchos: Desde la Alemania Imperial”; tanto es así que, inmediatamente después, Teodorico escribirá “en curvas más hinchadas que las velas de un galeón: Raposo Português de Aquém y Além-Mar”.
Raposão también vio en su compañero muchas otras cosas que le irritaban: desde las proclamaciones de Alemania como “madre espiritual de los pueblos” hasta un cierto “aclaramiento de garganta erudito”. Pero lo más ofensivo fue el hecho de que Topsius escribiera que la Zorra viajó a Palestina, siempre acompañada de los huesos de sus abuelos envueltos en papel de regalo. La imagen caricaturizada – tanto o más que cualquier reliquia – llevó luego a António Sérgio a identificar “nuestra obsesión por el hueso, el muerto, el antepasado (…), en proporciones aterradoras y casi trágicas” (Correspondencia con Raúl Proença, y. José Carlos González, Lisboa: Dom Quijote, Biblioteca Nacional, 1987, p. 105).
Según el gran ensayista –de quien he hablado en otro lugar y lo repito aquí– se trataba de uno de los rasgos fundamentales de la cultura portuguesa: una excesiva preocupación por los muertos, frente a una incapacidad generalizada para afrontar el presente. Por lo mismo, ayer como hoy se suceden conmemoraciones, traslados y guerras de la memoria, a partir de cuál de nuestros antepasados debe permanecer en el Panteón o abandonar la logia. Aunque sea en beneficio de quienes participan en la bambochata de ritos y ceremonias, comenzando por algunos descendientes, bisnietos y similares, mantenidos en una base que se expresa en un lenguaje formal y formal. Son ellos quienes pretenden entrar en la literatura por linaje, por ósmosis o por nombramiento oficial.
Aún está por verse, en la ceremonia del 27 de septiembre, quién acompañará a Topsius y quién representará a Raposão. En este último caso, estarán todos aquellos que hayan considerado oportuno llevar los huesos de Eça, envueltos en papel de regalo, al Panteón.
(El autor escribe en la antigua disposición ortográfica).
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